Antropología Social y Etnología

CIENCIA Y FEMINISMO

20.07.2011 18:54

 

Del problema de la mujer en la ciencia al problema de la ciencia en el feminismo
S. HARDING

 

Las estudiosas feministas han analizado a las mujeres, a los hombres y las relaciones sociales entre los géneros dentro de los marcos conceptuales de las disciplinas, entre los distintos marcos, y, cada vez más, frente a ellos. En cada área, hemos llegado a descubrir que lo que solemos considerar problemas, conceptos, teorías, metodologías objetivas y verdades trascendentales que abarcan todo lo humano no llegan a tanto. Son, en cambio, productos del pensamiento que llevan la marca de sus creadores colectivos o individuales y, a su vez, los creadores están marcados de forma característica por su género, clase social, raza y cultura. Ahora, podemos discernir los efectos de estas marcas culturales en las discrepancias entre los métodos de conocimiento y las interpretaciones del mundo aportados por los creadores de la cultura occidental moderna y los característicos del resto de las personas. Las creencias que favorece la cultura occidental reflejan, unas veces de manera clara y otras deformadas, los proyectos sociales de sus creadores, identificables desde la historia, y no el mundo tal como es o como querríamos que fuese.
Las ciencias naturales constituyen un objeto relativamente reciente del examen feministas. Las críticas desencadenan inmensas expectativas -o temores-, aunque permanecen mucho más fragmentarias y están conceptuadas de forma mucho menos clara que los análisis feministas efectuados en otras disciplina.
La expectativa y el miedo se basan en el reconocimiento de que constituimos una cultura científica, que la racionalidad científica no sólo está presente en todas las formas de pensamiento y de acción de nuestras instituciones públicas, sino, incluso, en nuestras formas de pensar sobre los detalles más íntimos de nuestra vida privada. Los manuales y los artículos de revistas de gran difusión relativos a la crianza de los niños y sobe las relaciones sexuales extraen su autoridad y consiguen su popularidad apelando a la ciencia. Y, durante el último siglo, el uso social de la ciencia ha cambiado: siendo antes una ayuda esporádica, ahora se ha convertido en el generador directo de la acumulación y el control económicos, políticos y sociales. En la actualidad, podemos contemplar que la esperanza de "dominar la naturaleza" para mejorar la especie se ha convertido en el esfuerzo para conseguir un acceso desigual a los recursos naturales para fines de dominación social. Si alguna vez lo fue, el científico ha dejado de ser el genio excéntrico y socialmente marginal que gastaba sus bienes privados y, a menudo, su propio tiempo en tareas puramente intelectuales que le interesasen. Sólo en casos muy raros, su investigación carece de utilidad social previsible. En cambio, él (o, desde hace menos tiempo, ella) forma parte de una numerosa mano de obra, entrenada desde la escuela elemental para ingresar en los laboratorios universitarios, industriales o gubernamentales en los que se pretende que más del 99% de la investigación pueda aplicarse de forma inmediata a proyectos sociales. Si estos enormes imperios industrializados, dedicados -intencionadamente o no- a la acumulación material y al control social, no pueden demostrar que estén al servicio de los mejores intereses de progreso social, en relación con una búsqueda del saber objetiva, desapasionada, imparcial y racional, es imposible justificarlos en nuestra cultura. En las culturas modernas, ni Dios ni la tradición gozan de la misma credibilidad que la racionalidad científica.
Sin duda, las feministas no constituyen el primer grupo que ha examinado de este modo la ciencia moderna. Las luchas contra el racismo, el colonialismo, el capitalismo y la homofobia, así como el movimiento contracultural de los años sesenta y los movimientos ecologistas y antimilitaristas contemporáneos han realizado agudos análisis de los usos y abusos de la ciencia. Pero parece que las críticas feministas tocan fibras especialmente sensibles. Por una parte, en el mejor de los casos, incorporan las intuiciones clave de estos otros movimientos, sin conformarse con la baja prioridad que estos planes de reforma social asignaban a las preocupaciones específicamente feministas. Por otra, cuestionan la división de trabajo por géneros -un aspecto social de la organización de las relaciones humanas que ha quedado profundamente oscurecido por nuestras formas de percibir lo "natural" y lo social. Se oponen, lo cual es quizá aún más preocupante, a nuestro sentido de identidad personal, en su nivel más prerracional, en su núcleo fundamental. Se oponen al carácter deseable de los aspectos generizados de nuestras personalidades y de la expresión del género en las prácticas sociales que, para la mayoría de los hombres y de las mujeres han constituido aspectos profundamente satisfactorios de la identidad personal.
Por último, como sistemas simbólicos, la diferencia de género es el origen más antiguo, universal y poderoso de muchas conceptuaciones moralmente valoradas de todo lo que nos rodea. Las culturas asignan un género a entes no humanos, como los huracanes y las montañas, los barcos y las naciones. Hasta donde llega la historia, hemos organizado nuestros mundos social y natural en términos de significados de género, en cuyo contexto se han construido instituciones y significados raciales, de clase y culturales históricamente específicos. Cuando empezamos a teorizar sobre el género -a definir el género como categoría analítica en cuyo marco los humanos piensan y organizan su actividad social, en vez de como consecuencia natural de la diferencia de sexo, o incluso como simple variable social asignada a las personas individuales de forma diferente, según las culturas -, podemos comenzar a descubrir en qué medida los significados de género han poblado nuestros sistemas de creencias, instituciones e, incluso, fenómenos tan independientes del género, en apariencia, como nuestra arquitectura y la planificación urbana. Cuando el pensamiento feminista sobre la ciencia se haya teorizado de forma adecuada, dispondremos de una visión mucho más clara de hasta qué punto está generizada, y hasta dónde no lo está, en este sentido, la actividad científica.-
Ahora bien, no cabe duda de que el racismo, el clasismo y el imperialismo cultural restringen, con frecuencia, más profundamente que el sexismo las oportunidades de vida de los individuos. Podemos apreciarlo con facilidad si comparamos la diferencia de oportunidades abiertas a las mujeres de la misma clase pero de diferente raza, en los Estados Unidos hoy o en cualquier otro momento y lugar de la historia. En consecuencia, es comprensible que las personas de clase trabajadora y las víctimas del racismo y del imperialismo a menudo, den una importancia secundaria a los proyectos feministas en sus planes políticos. Es más, el género sólo aparece en formas culturalmente específicas. Cómo veremos en el próximo capítulo, la vida social generizada se produce a través de tres procesos distintos: es el resultado de asignar metáforas dualistas de género a diversas dicotomías percibidas que no suelen tener mucho que ver con las diferencias de sexo; es consecuencia de recurrir a estos dualismos de género para organizar la actividad social, de dividir las actividades sociales necesarias entre diferentes grupos de seres humanos; es una forma de identidad individual, socialmente construida, que sólo se correlaciona de modo imperfecto con la "realidad" o con la percepción de las diferencias de sexo. Denominaré estos tres aspectos del género como simbolismo de género (o tomando una expresión de la antropología, "totemismo de género"), estructura de género (o división de trabajo según el género) y género individual. Los referentes de los tres sentidos de la masculinidad y la feminidad difieren según las culturas, aunque, dentro de la misma cultura, las tres formas de género están relacionadas entre sí. Es muy probable que no puedan observarse en todas las culturas o en todas las épocas de la historia más que algunas expresiones simbólicas institucionales o de identidad o conducta individual de masculinidad y de feminidad.
Pero el hecho de que haya diferencias de clase, raza y cultura entre mujeres y hombres no es razón, como han pensado algunos, para considerar que las diferencias de género carecen de importancia teórica o de relieve político. Prácticamente en todas las culturas, las diferencias de género constituyen una forma clave para que los seres humanos se identifiquen como personas, para organizar las relaciones sociales y para simbolizar los acontecimientos y procesos naturales y sociales significativos. Y prácticamente en todas las culturas, se concede mayor valor a lo que se considera relativo al hombre que a lo propio de la mujer. Es más, tenemos que reconocer que, en las culturas estratificadas tanto por género como por raza, el género también constituye siempre una categoría racial, y la raza una categoría de género. Es decir, las políticas públicas sexistas son diferentes para las personas del mismo género pero de diferente raza, y las políticas racistas son distintas para las mujeres y los hombres de la misma raza. Un autor propone que consideremos estas políticas como sexismo racista y racismo sexista, respectivamente.
Por último, examinaremos el importante papel que debe desempeñar el reconocimiento manifiesto de las diferencias de género dentro de los grupos raciales y de las diferencias raciales y culturales dentro de los grupos de género en las epistemologías y políticas emancipadoras. La "diferencia" puede ser un resbaladizo y peligroso punto de reunión de los proyectos de investigación y de la política, pero toda lucha emancipadora tiene que reconocer los planes correspondientes a otras luchas como partes de la propia, con el fin de lograr el éxito (después de todo, las personas de color presentan, al menos, dos géneros, y las mujeres son de muchos colores). Con respecto a cada lucha, las epistemologías y las políticas fundadas en la solidaridad sustituirían a las problemáticas que apelan a identidades esencializadas que, quizá, sean espurias.
Por todas estas razones, las críticas feministas que afirman que también la ciencia está generizada parecen profundamente amenazadoras para el orden social, incluso en sociedades como la nuestra, en la que el racismo, el clasismo y el imperialismo dirigen también nuestras vidas. Es evidente que cada forma de dominación utiliza las otras como recursos y se apoyan mutuamente de modos complejos. Si nos resulta difícil imaginar los detalles cotidianos de la vida en un mundo que no estuviese estructurado por el racismo y el clasismo, la mayoría de nosotros no es capaz de empezar a imaginar los detalles cotidianos de la vida en un mundo que no estuviese estructurado por el racismo y el clasismo, la mayoría de nosotros no es capaz de empezar a imaginar siquiera un mundo en el que la diferencia de género, con su ecuación entre masculinidad y autoridad y valor, no restrinja nuestras formas de pensar, sentir y actuar. Y el mundo cotidiano en que vivimos está tan penetrado por la racionalidad científica, así como por el género que, para las no feministas e, incluso, para algunas feministas, la misma idea de una crítica feminista de la racionalidad científica se aproxima más a la blasfemia que a la crítica social al uso.
Las feministas de otros campos de investigación han empezado a formular objeciones claras y coherentes contra los marcos conceptuales de sus respectivas disciplinas. Al situar la perspectiva de la mujer sobre el simbolismo de género, la estructura de género y el género individual en el plano central de su pensamiento, han podido concebir de otro modo los fines de los programas de investigación en antropología, historia, crítica literaria, etcétera. Han comenzado a teorizar de otra forma los objetos de conocimiento propios de su disciplina. Pero creo que los objetos de conocimiento y los fines de una crítica feminista de la ciencia no han conseguido alcanzar, hasta ahora, la base firme y las conceptuaciones claras que se han puesto de manifiesto en otros muchos campos de investigación. La voz de la crítica feminista de la ciencia alterna entre cinco tipos distintos de proyectos, cada uno de los cuales cuenta con sus correspondientes público, materia, ideas sobre la ciencia y el género y el conjunto de soluciones del androcentrismo. En ciertos aspectos, los supuestos que guían estos análisis se contraponen entre sí. No está en absoluto claro cómo conciben sus autores las conexiones teóricas entre ellos ni, por tanto, qué estrategia global convendría seguir para eliminar el androcentrismo de la ciencia. Esto resulta particularmente incómodo, puesto que la claridad con respecto a un componente tan fundamental de nuestra cultura puede tener efectos muy poderosos en otras luchas feministas.
A este respecto, el problema puede estar en que nos hemos preocupado tanto por responder a los pecados de la ciencia contemporánea en los mismos términos que utiliza nuestra cultura para justificarlos, que no hemos dedicado suficiente atención a imaginar una búsqueda de conocimiento verdaderamente emancipadora. No hemos encontrado aún el lugar adecuado para dar un paso atrás e imaginar el cuadro completo de lo que pueda ser la ciencia en el futuro. En nuestra cultura, la reflexión sobre un modelo adecuado de racionalidad puede parecer un lujo de unos pocos, pero es un proyecto con inmensas consecuencias potenciales: puede producir una política de búsqueda del saber que nos muestre las condiciones necesarias para transferir el control de los "que tienen" a los "que no tienen".
¿Qué clase de idea de la ciencia tendríamos si no partiéramos de las categorías que ahora utilizamos para comprender sus desigualdades, malos usos, falsedades y oscuridades, sino de las del biólogo protagonista imaginado por Marge Piercy en Woman on the Edge of Time, que puede cambiar sexo a voluntad y que vive en cultura que no institucionaliza (es decir, no tiene) género, o por los supuestos de un mundo en el que las categorías de máquina, humano y animal dejan de distinguirse o pierden su interés cultural, como en The Ship Who Sang, de Anne McCaffrey? Quizá debamos acercarnos a nuestros novelistas y poetas para alcanzar una visión intuitiva mejor de la teoría que necesitamos. Aunque, a menudo, son líderes en las luchas políticas a favor de una cultura más justa y protectora, están profesionalmente menos condicionados que nosotros para responder, punto por punto, a las defensas que una cultura pone con respecto a sus formas de estar en el mundo.

CINCO PROGRAMAS DE INVESTIGACION

Llamar la atención sobre la falta de una teoría feminista desarrollada para la crítica de las ciencias naturales no supone pasar por alto las aportaciones efectuadas por estas líneas de investigación, recientes pero prometedoras. En un período de tiempo muy corto, hemos conseguido una representación mucho más clara de la medida en que también la ciencia está generizada. Ahora, podemos empezar a comprender los mecanismos económicos, políticos y psicológicos que mantienen el sexismo de la ciencia y que debemos eliminar para que la naturaleza, los usos y las valoraciones de la búsqueda del saber sean más integradores de lo humano. Cada una de estas líneas de investigación suscita interesantes problemas políticos y conceptuales, no sólo respecto a las prácticas científicas y el modo de justificarlas, sino también en relación a las demás prácticas. En los capítulos siguientes, exponemos los detalles de estos programas de investigación; aquí, me limito a resaltar los problemas que suscitan con el fin primordial de señalar las carencias teóricas que padece este campo.
Antes de nada, los estudios sobre la equidad han documentado la masiva oposición histórica a que las mujeres tuvieran a su disposición una educación, títulos y trabajos semejantes a los de los hombres de capacidades similares, asimismo, han identificado los mecanismos psicológicos y sociales mediante los que se mantiene la discriminación de manera informal, aunque se hayan eliminado los obstáculos formales. Los estudios sobre la motivación han puesto de manifiesto por qué los chicos y los hombres quieren sobresalir en ciencias ingeniería y matemáticas con mayor frecuencia que las chicas y las mujeres. Pero, ¿acaso deben querer las mujeres llegar a ser "como los hombres" en las ciencias, como dan por supuesto muchos de estos estudios? Es decir, ¿el feminismo debe apuntar hacia una meta tan baja como la simple igualdad con los hombres? Y, ¿a qué científicos deberían equipararse las mujeres, tanto a los técnicos de laboratorio, mal pagados y muy explotados, como a los ganadores del premio Nobel? Más aun, ¿querrían las mujeres contribuir al desarrollo de proyectos científicos que contemplen problemas u obtengan resultados sexistas, racistas y clasistas? ¡Querrían ser investigadoras militares? Es más, ¿cuál ha sido el efecto de la ingenuidad de las mujeres con respecto a la profundidad y el grado de la oposición masculina?, o sea, ¡acaso habrían luchado las mujeres para introducirse en el mundo de la ciencia si hubiesen sabido de antemano la desigualdad que se derivaría de la eliminación de las barreras formales en contra de la participación de la mujer? Por último, ¡la creciente presencia de las mujeres en el ámbito científico ha producido algún efecto en el carácter de los problemas y resultados científicos?
En segundo lugar, los estudios sobre los usos y abusos de la biología, las ciencias sociales y sus tecnologías han revelado de qué forma se utiliza la ciencia al servicio de proyectos sociales sexistas, racistas, homofóbicos y clasistas: políticas reproductivas opresoras; gestión de todas las labores domésticas de las mujeres a cargo de los hombres blancos; la estigmatización de los homosexuales, la discriminación en su contra y la "curación" médica de los mismos; la discriminación por el género en los centros de trabajo. Todas estas situaciones se han justificado merced a la investigación sexista y mantenido mediante tecnologías desarrolladas a partir de esa investigación, que traspasan a los hombres del grupo dominante el control que las mujeres tienen sobre sus vidas. A pesar de la importancia de estos estudios, con frecuencia las críticas de los usos sexistas de la ciencia parten de dos supuestos problemáticos: la existencia de una investigación científica pura, independiente de los valores, que puede distinguirse de los usos sociales de la ciencia, y la existencia de usos adecuados de la ciencia que pueden confrontarse con los inadecuados. ¿Podemos hacer realmente estas distinciones? ¿Es posible aislar un núcleo independiente de valores frente a los usos de la ciencia y sus tecnologías? Y, ¿qué distingue los usos adecuados de los inadecuados? Más aun, todos los usos y abusos han sido racistas y clasistas, así como opresores para las mujeres. Esto queda muy claro cuando apreciamos las diferentes políticas reproductoras, formas de trabajo doméstico y formas de discriminación laboral impuestas a las mujeres de distintas clases y razas en la misma cultura de los Estados Unidos y en cualquier momento de su historia (pensemos, por ejemplo, en el intento actual de restringir el acceso al aborto y a la información contraconceptiva algunos grupos sociales, al tiempo que se obliga a otros a la esterilización. Pensemos en la resurrección de las imágenes sentimentales de la maternidad y de las formas nucleares de vida familiar, con el correspondiente respaldo científico, para algunos, al tiempo que se retiran sistemáticamente los apoyos sociales a las madres y familias no nucleares de otros grupos). ¿Acaso no debe el feminismo incluir como un proyecto central propio la lucha para eliminar la sociedad de clases y el racismo, la homofobia y el imperialismo, con el fin de erradicar los usos sexistas de la ciencia?
En tercer lugar, en las críticas de la biología y las ciencias sociales, se han suscitado dos tipos de problemas, no sólo en relación con la existencia real de ciencias puras, sino con la posibilidad misma de su existencia. la selección y definición de problemas -decidiendo qué fenómenos del mundo necesitan explicación y definiendo lo que tienen de problemático- se han inclinado con toda claridad hacia la percepción de los hombres sobre lo que les resulta desconcertante. No cabe duda de que "mala ciencia" es la que asume que los problemas de los hombres son los de todo el mundo, dejando sin explicar muchas cosas que resultan problemáticas para las mujeres, y que da por supuesto que las explicaciones de los hombres respecto a lo que les parece problemático no están deformadas por sus necesidades y deseos de género. Pero, ¿se reduce esto a un simple ejemplo de mala ciencia, si acaso? ¿No será que la selección y definición de los problemas llevan siempre consigo las huellas de los grupos dominantes en una cultura? Con estas cuestiones, vislumbramos el carácter tendencioso fundamental, con respecto a los valores, de la búsqueda del saber y, por tanto, la imposibilidad de distinguir entre la mala ciencia y la ciencia al uso. Más aun, el diseño y la interpretación de la investigación se han desarrollado, una y otra vez, de forma sesgada a favor del género masculino. Pero, si los problemas están necesariamente lastrados con valores, si se construyen las teorías con el fin de explicar problemas, si las metodologías están siempre cargadas de teoría y si las observaciones están sesgadas por las metodologías, ¿puede haber un diseño y una interpretación de la investigación independiente de valores? Esta línea de razonamiento nos lleva a plantearnos la posibilidad de que algunos tipos de investigación lastrada por los valores sean, sin embargo, objetivos al máximo. Por ejemplo, ¿los diseños de investigación manifiestamente antisexistas son más objetivos en sí que los abiertamente sexistas o, aún más importante, los que "prescinden del sexo" (o sea, del género)? ¿Y las investigaciones antisexistas que son también conscientemente antirracistas son más objetivas que las que no lo son? En la historia de la ciencia, hay precedentes de la preferencia por la distinción entre los valores sociales que incrementan la objetividad y los que la disminuyen frente a la distinción entre la investigación independiente de los valores y la marcada por éstos. Otro problema diferente surge al preguntarnos por las consecuencias que estas críticas de la biología y las ciencias sociales tienen en áreas como la física y la química, en las que el presunto objeto de estudio está constituido por la naturaleza física, en vez de por seres sociales ("presunto" porque, como veremos, tenemos que ser escépticos ante la posibilidad de establecer distinciones rotundas entre lo físico y lo no físico). ¿Qué consecuencias pueden tener esos hallazgos y este tipo de razonamiento sobre la objetividad para nuestra comprensión de la visión científica del mundo, en general?
En cuarto lugar, las técnicas de crítica literaria, la interpretación histórica y el psicoanálisis se han utilizado para "leer la ciencia como un texto", con el fin de poner de manifiesto los significados sociales -los planes simbólicos y estructurales ocultos- de los enunciados y prácticas que son presuntamente neutrales con respecto a los valores. En la crítica textual, así como en los enunciados de los defensores de la visión científica actual del mundo, las metáforas de la política de género de los escritos de los padres de la ciencia moderna, no se leen ya como cuestiones idiosincrásicas individuales ni se consideran irrelevantes con respecto a los significados que tiene la ciencia para sus seguidores. Es más, la preocupación por definir y mantener una serie de dicotomías rígidas en la ciencia y en la epistemología ya no parece un reflejo del carácter progresista de la investigación científica, sino que está inexplicablemente relacionada con necesidades y deseos específicamente masculinos -y quizá exclusivamente occidentales y burgueses-. Objetividad frente a subjetividad; el científico, como persona que conoce (knower) frente a los objetos de su investigación; la razón frente a las emociones; la mente frente al cuerpo: en todos estos casos, el primer elemento se asocia con la masculinidad y el último, con la feminidad. Se ha sostenido que, en todos los casos, el progreso humano exige que el primero consiga la dominación sobre el segundo.
Estas críticas han sido valiosas, pero suscitan muchas cuestiones. ¿Qué relevancia tienen los escritos de los padres de la ciencia moderna para la práctica científica contemporánea? ¿Qué teoría justificaría la consideración de estas metáforas como componentes fundamentales de las explicaciones científicas? ¿Cómo pueden seguir configurando las metáforas de la política de género la forma cognitiva y el contenido de las teorías y prácticas científicas aun cuando no se expresen ya de manera explícita? ¿Y acaso podemos imaginar cómo sería una forma científica de búsqueda del saber que prescindiese de la distinción entre objetividad y subjetividad, entre razón y emociones?
En quinto lugar, hay diversas investigaciones epistemológicas que han sentado las bases de una forma alternativa de entender cómo se fundamentan las creencias en las experiencias sociales y el tipo d experiencia que serviría de fundamento a las creencias que honramos con la denominación de "saber". Estas epistemologías feministas suponen una relación entre saber y ser, entre epistemología y metafísica alternativa a las epistemologías dominantes elaboradas para justificar las formas de búsqueda del saber de la ciencia y las formas de estar en el mundo. Los conflictos entre estas epistemologías generan los temas principales de este estudio.

Una guía para las epistemologías feministas

Para el feminismo, el problema epistemológico consiste en explicar una situación aparentemente paradójica. El feminismo es un movimiento político para el cambio social. Pero muchas afirmaciones, motivadas indudablemente por las preocupaciones feministas, realizadas por investigadoras y teóricas de las ciencias sociales, de la biología y de los estudios sociales sobre las ciencias naturales parecen más aceptables -es más probable que las pruebas las confirmen- que las creencias que pretenden sustituir. ¿Cómo puede incrementar la objetividad de la investigación una indagación tan politizada? ¿Sobre qué fundamento podrían justificarse tales afirmaciones feministas?
Puede sernos útil dividir las principales respuestas feministas de esta aparente paradoja entre dos soluciones, relativamente bien desarrolladas, y un plan de solución. Denominaré estos tres tipos de respuestas: empirismo feminista, punto de vista feminista y postmodernismo feminista.
El empirismo feminista sostiene que el sexismo y el androcentrismo constituyen sesgos sociales corregibles mediante la estricta adhesión a las normas metodológicas vigentes de la investigación científica. Los movimientos de liberación social "hacen posible que las personas vean el mundo con una perspectiva amplia porque retiran los obstáculos y los vendajes que oscurecen el conocimiento y la observación". El movimiento de la mujer no sólo ofrece la oportunidad de ampliar de ese modo la perspectiva, sino que también promueve que haya más mujeres científicas y es más probable que sean ellas y no los hombres quienes se percaten del sesgo androcéntrico.
Esta solución a la paradoja epistemológica resulta atractiva por una serie de razones, entre las cuales no es la menos importante el hecho de que parezca que deja intactas las normas metodológicas vigentes en la ciencia. mediante este tipo de argumento, es más fácil conseguir que se acepten las reivindicaciones feministas, porque circunscribe el problema a la mala ciencia, sin extenderlo a la ciencia al uso.
Sin embargo, el considerable avance estratégico que supone lleva, con frecuencia a sus defensoras a pasar por alto el hecho de que, en realidad, la solución feminista empirista subvierte profundamente el empirismo. Se supone que la identidad social del investigador es irrelevante para la "bondad" de los resultados de su investigación. Se presume que el método científico es capaz de eliminar los sesgos debidos al hecho de que los investigadores concretos sean blancos o negros, chinos o franceses, hombres o mujeres. pero el empirismo feminista sostiene que es más probable que las mujeres (o las feministas o los feministas, sean mujeres u hombres), como grupo, obtengan más resultados no sesgados y objetivos que los hombres (o los no feministas y las no feministas), como grupo.
Es más, aunque el empirismo sostiene que el método científico es suficiente para explicar los incrementos históricos de objetividad del panorama de mundo que presenta la ciencia, podemos afirmar que la historia muestra otra cosa muy diferente. Son los movimientos de liberación social los que más han aumentado la objetividad de la ciencia y no las normas de la ciencia misma cuando se han puesto en práctica ni cuando los filósofos las han reconstruido racionalmente. Pensemos, por ejemplo, en los efectos de la revolución burguesa de los siglos XV al XVII que dieron lugar a la ciencia moderna en sí, o en los efectos de la revolución proletaria del siglo XIX y principios del XX. Pensemos en los efectos sobre la objetividad científica de la de construcción del colonialismo en el siglo XX.
Veremos también que un origen clave del sesgo androcéntrico se sitúa en la selección de los problemas que investigar y en la definición de lo que estos fenómenos tienen de problemático. Pero el empirismo insiste en que sus normas metodológicas sólo se aplican en el "contexto de justificación" -para la comprobación de hipótesis y la interpretación de los datos -y no en el "contexto de justificación" -para la comprobación de hipótesis y la interpretación de los datos- y no en el "contexto de descubrimiento", cuando se identifican y definen los problemas. En consecuencia, parece que una poderosa fuente de sesgo social escapa por completo del control de las normas metodológicas de la ciencia. Por útlimo, da la sensación de que el seguimiento de las normas de investigación es precisametne lo que a menudo se traduce en resultados androcéntricos.
Por tanto, el feminismo trata de reformar lo que se percibe como mala ciencia, llamando nuestra atención sobre unas profundas incoherencias lógicas y sobre lo que, paradójicamente, podemos llamar imprecisiones empíricas de las epistemologías empiristas.
El punto de vista feminista tiene su origen en el pensamiento de Hegel sobre la relación entre el amo y el esclavo y en la elaboración de este análisis que aparecen en los escritos de Marx, Engels y el teórico marxista húngaro G. Lukacs. En pocas palabras, esta propuesta sostiene que la posición dominante de los hombres en la vida social se traduce en un conocimiento parcial y perverso, mientras que la posición subyugada de las mujeres abre la posibilidad de un conocimiento más completo y menos perverso. El feminismo y el movimiento de la mujer aportan la teoría y la motivación para la investigación y la lucha política que puedan transformar la perspectiva de las mujeres en un "punto de vista" -un fundamento, moral y científicamente preferible, para nuestras interpretaciones y explicaciones de la naturaleza y la vida social-. Las críticas feministas de las ciencias sociales y naturales, con independencia de que las expresen mujeres u hombres, se basan en las características universales de la experiencia de las mujeres, tal como se entienden desde la perspectiva del feminismo.
Aunque esta tentativa de solución de la paradoja epistemológica evita los problemas que plantea el empirismo feminista, también genera sus propias tensiones. En primer lugar, quienes están apegados al empirismo se mostrarán muy reacios a aceptar la idea de que la identidad social del observador puede ser una variable importante con respecto a la objetividad potencial de los resultados de la investigación. Desde el punto de vista estratégico, esta explicación de la mayor adecuación de las proposiciones feministas es menos convincente, salvo para quienes ya están convencidos; es muy improbable que los científicos naturales o los partidarios de la ciencia natural de ambos géneros acepten esta postura.
Considerada en sus propios términos, la respuesta del punto de vista feminista suscita otras dos cuestiones: ¿puede haber un punto de vista feminista cuando la experiencia social de las mujeres (o de las feministas) está dividida por la clase social, la raza y la cultura? ¿Acaso debe haber puntos de vista feministas negros y blancos, de clase trabajadora y de clase profesional, norteamericanos y nigerianos? Este tipo de consideración nos lleva al escepticismo postmodernista: "Quizá la 'realidad' sólo pueda tener 'una' estructura desde la perspectiva falsamente universalizadora del amo. Es decir, sólo en la medida en que una persona o grupo domine todo el conjunto, es posible que parezca que la 'realidad' está regida por una serie de reglas o constituida por un conjunto privilegiado de relaciones sociales". ¿Acaso el proyecto del punto de vista feminista está aún basado con demasiada firmeza en la alianza, históricamente desastrosa, entre el saber y el poder, característica de la época moderna? ¿Se enraíza también demasiado firmemente en una política problemática de identidades esencializadas?
Antes de volver sobre el postmodernismo feminista del que surge esta crítica, debemos señalar que los enfoques epistemológicos precedentes parecen afirmar que la objetividad nunca ha podido ni podrá incrementarse mediante la neutralidad respecto a los valores. En cambio, los compromisos con los valores y proyectos antiautoritarios, antielitistas, participativos y emancipadores sí aumentan la objetividad de la ciencia. Es más, la persona que lea esto tiene que evitar caer en la tentación de asumir las interpretaciones relativistas de los enunciados feministas. En primer lugar, las investigadoras feministas no dicen nunca que los enunciados sexistas y los antisexistas sean igualmente aceptables -que pueda darse el mismo valor a la idea de que la situación de la mujer sea una cuestión primordialmente biológica y a la de que se trata de una cuestión primordialmente social, o a la idea de que "lo humano" sea, a la vez, idéntico y no idéntico a "lo masculino". En algunos casos, la evidencia con respecto a los enunciados feministas frente a los no feministas puede no ser concluyente, y no cabe duda de que muchos enunciados feministas que hoy parecen evidentemente seguros acabarán siendo abandonados cuando se obtengan nuevas pruebas y se construyan mejores hipótesis y conceptos. En realidad, no puede caber ninguna duda sobre estas situaciones normales de investigación respecto a muchas afirmaciones feministas. Pero el agnosticismo y el reconocimiento del carácter hipotético de toda afirmación científica constituyen posturas muy diferentes del relativismo. Es más, con independencia de que las feministas adopten una postura relativista, es difícil imaginar una defensa coherente del relativismo cognitivo cuando pensamos en los enunciados o afirmaciones de carácter opuesto.
El postmodernismo feminista niega los supuestos en los que se basan el empirismo feminista y el punto de vista feminista, aunque también aparecen en el pensamiento de estas teóricas las tensiones del escepticismo postmodernista. Junto con pensadores de la corriente dominante como Nietzsche, Derrida, Foucault, Lacan, Rorty, Cavell, Feyerabend, Gadamer, Wittgenstein y Unger, y movimientos intelectuales, como la semiótica, la deconstrucción, el psicoanálisis, el estructuralismo, la arqueología/genealogía y el nihilismo, las feministas "comparten un profundo escepticismo respecto a los enunciados universales (o universalizadores) sobre la existencia, la naturaleza y las fuerzas de la razón, el progreso, la ciencia, el lenguaje y el 'sujeto/yo'.
Este enfoque exige utilizar un fundamento adecuado para investigar las fragmentadas identidades que crea la vida moderna: feminista-negra, socialista-feminista, mujeres de color, etcétera. Requiere buscar la solidaridad en nuestra oposición a la peligrosa ficción de lo exclusivamente "humano" (léase "masculino") naturalizado y esencializado, y a la deformación y explotación perpetradas en nombre de esa ficción. Puede exigir que nos opongamos a los retornos fantaseados a la totalidad primigenia de la infancia, a las sociedades anteriores a las clases sociales o a la conciencia "unitaria", anterior al género, de la especie, que han motivado las epistemologías del punto de vista (standpoint epistemologies). Desde esta perspectiva, las reivindicaciones feministas sólo son más aceptables y menos deformantes si se basan en la solidaridad entre estas identidades fragmentadas modernas y entre las políticas que crean.
El postmodernismo feminista origina sus propias tensiones. ¿De qué modo revela las incoherencias, como en el caso de las epistemologías empirístas y del punto de vista, en su discurso original y principal? ¿Podemos permitirnos renunciar al intento de elaborar una "única descripción feminista y auténtica de la realidad" ante las profundas alianzas entre la ciencia y los proyectos sociales sexistas, racistas, clasistas e imperialistas?
El postmodernismo feminista origina sus propias tensiones. ¿De qué modo revela las incoherencias, como en el caso de las epistemologías empirista y del punto de vista, en su discurso original y principal? ¿Podemos permitirnos renunciar al intento de elaborar una "única descripción feminista y auténtica de la realidad" ante las profundas alianzas entre la ciencia y los proyectos sociales sexistas, racistas, clasistas e imperialistas.
No cabe duda de que, entre los discursos epistemológicos feministas, hay tendencias contradictorias y cada uno tiene su propio conjunto de problemas. No obstante, las contradicciones y problemas no se originan en los discursos feministas, sino que reflejan el desorden presente en las epistemologías y filosofías de la ciencia dominantes desde mediados de los años sesenta. También reflejan cambios en las configuraciones de género, raza y clase social, tanto en las categorías analíticas como en la realidad. Los nuevos grupos sociales -como las feministas, que tratan de reducir las diferencias existentes entre su propia experiencia social y los marcos teóricos de los que disponen -están más dispuestos a construir sobre la bse del "saber sojuzgado" sobre el mundo que los grupos cuyas experiencias se ajustan más cómodamente a sus esquemas conceptuales habituales. Es más probable que haya que considerar que la entrada feminista en estas disputas signifique una aportación a favor de la clarificación de la naturaleza y las consecuencias de las tendencias paradójicas de la vida intelectual y social contemporánea.
Las críticas feministas de la ciencia han producido una serie de cuestiones conceptuales que amenazan nuestra identidad cultural en cuanto sociedad democrática y socialmente progresista y nuestras identidades personales en cuanto individuos caracterizados por el género. No pretendo aplastar con críticas estas iluminadoras líneas de investigación nada más comenzar mi estudio, sugiriendo que no sean realmente feministas o que no hayan contribuido al avance de nuestra forma de ver las cosas. Por el contrario, cada una de ellas ha reforzado, en gran medida, nuestra capacidad para captar la amplitud del androcentrismo en la ciencia. Colectivamente, nos han permitido formular nuevas cuestiones sobre la ciencia.
Estas críticas tienen la virtud de llamarnos la atención sobre las incoherencias socialmente dañinas de todos los discursos no feministas. Consideradas en la sucesión descrita en este capítulo, nos llevan desde la cuestión de la mujer en la ciencia a la cuestión, más radical, de la ciencia en el feminismo. Mientras los tres primeros tipos de crítica plantean, ante todo, cómo pueden recibir las mujeres un trato más equitativo dentro de la ciencia y por parte de la ciencia, las dos últimas plantean cómo podría utilizarse una ciencia tan profundamente involucrada en proyectos masculinos característicos con fines emancipadores. Mientras las críticas de la cuestión de la mujer aún consideran que la empresa científica puede ser redimida y reformada, las críticas de la cuestión de la ciencia se muestran escépticas ante la posibilidad de encontrar algo digno de redención o reforma, desde los puntos de vista moral y político, en la visión científica del mundo, en su epistemología subyacente o en las prácticas que justifica.

Tomado del libro: CIENCIA Y FEMINISMO/ EDICIONES MORATA, S.L