Antropología Social y Etnología

TEXTOS

 

Sobre los usos del “género”

 Hilda Beatriz Garrido

 

El feminismo ha tenido en el campo de la investigación de las

ciencias sociales una presencia teórica relevante, pues

propuso nada menos que reinterpretar el orden social y las relaciones

entre los diferentes géneros. El pensamiento feminista posibilitó, al

ser un planteo reactivo, el cuestionamiento del paradigma de lo

humano impuesto por la cultura dominante (Habichayn, 2003).

Los estudios de las relaciones de género han producido avances

en el conocimiento de las diferencias sexuales y de género,

analizando la construcción social y cultural del género,

su función simbólica y las representaciones sociales

que genera. Tales estudios han centrado sus intereses en

el estudio de las desigualdades producidas por el sistema

patriarcal capitalista y han puesto en evidencia cómo operan

las relaciones de poder, de dominación y de opresión.

Desde los años 60 y 70 del S. XX, comienzan a visibilizarse

grupos de mujeres que construyen espacios autónomos, con

el propósito de elaborar una teoría feminista, así como

propuestas de crítica y de transformación del sistema patriarcal;

es decir a conformar una agenda estratégica de emancipación.

El feminismo se va a orientar a la elaboración, por un lado, de una

importante producción de conocimientos, y por otro, a significarse

como un espacio de crítica cultural. Las feministas articularán de

esta manera el debate teórico y la acción, encaminándose al logro

del derecho al divorcio, al reconocimiento de los hijos nacidos

fuera de matrimonios legales, a la denuncia pública de la violación

y de las diferentes formas de violencia contra mujeres, niños-as y

ancianos-as.

Será central su lucha por el libre uso del cuerpo, por un mayor

conocimiento de la sexualidad femenina y contra la discriminación

hacia las definiciones sexuales alejadas de los cánones heterosexuales

de la sociedad patriarcal (Vitale, 1987).

Temas focales en las preocupaciones del feminismo, van a ser la

recuperación de la memoria histórica para hacer visibles a las

mujeres que por tanto tiempo estuvieron ausentes en las historias

androcéntricas, la interpelación a la educación por el papel cumplido

en relación a la subordinación de las mujeres, así como el

cuestionamiento del rol del Estado y de los partidos políticos.

La teoría feminista fue incorporando al lenguaje del análisis social,

además de la categoría género, la de patriarcado, la de política

sexual, la de diferencia sexual, entre otras, que han hecho posible

la fundamentación de las diferentes construcciones teóricas de la

crítica feminista y que sostienen las producciones actuales de l

as ciencias sociales, conformando el arsenal conceptual que emplean 

los-as científicos-as sociales, para reconstruir la manera en

cómo las diferentes sociedades hicieron y hacen uso de las diferencias

sexuales.

Por otra parte, la oposición espacio público-espacio privado; las

nuevas propuestas de crítica y revisión de las identidades sexuales

fijas, así como los planteos de construcción de una nueva subjetividad

mujer, se van a constituir al mismo tiempo en aportes relevantes en la

lucha política de las mujeres, y en la construcción del discurso feminista.

De esta manera, la propuesta de que “lo personal es político”, de que

“lo privado también es político”, posibilitó a las mujeres de diferentes

países conseguir leyes precisas vinculadas al divorcio, al aborto, o a

la patria potestad compartida (Olea, 1991). De esta manera

el feminismo fue a contracorriente de la cultura dominante pues,

en tanto la cultura occidental transformaba a los ciudadanos-as en

consumidores, “el feminismo afirmaba la necesidad del reconocimiento

de la diferencia sexual”(Evans, 1998).

Con la introducción de los estudios sobre masculinidad el campo se

amplió desmontando los papeles estereotipados de lo masculino y lo

femenino.

La investigación de las problemáticas propias de los varones dentro

de los estudios de género dieron lugar a algunos cuestionamientos en

el sentido de si éstos iban a producir una dilución de las mujeres y su

movimiento y si no se aprovecharían tales estudios para reconstruir el

“machismo liberal” (Stimpson, 1999). La asociación de la masculinidad

al varón proveedor unido al papel de guardián y jefe del hogar, refuerza

la imagen de pertenencia de los varones a la esfera pública y, con ella,

su independencia; como contrapartida, en esta argumentación, el hogar

es el espacio al que las mujeres pertenecen “naturalmente”, es su dominio

exclusivo, es la esfera privada de la dependencia.

La lógica binaria -empleada como opuestos excluyentes-, vieja falacia

cuestionada por el feminismo, al dualizar al mundo afirmó que tales

antinomias responden al modelo de nuestras identidades. La antinomia

básica en la visión del patriarcado hombre-racionalidad-civilización-

iniciativa-liderazgo social y político se opone a la de mujer-naturaleza-

intuición-sentimiento-hogar-maternidad . Indagando los sistemas

de género comprendemos que “no representan la asignación funcional

de roles sociales biológicamente prescritos sino medios de conceptualización

cultural y de organización social ... Lo interesante en estas antinomias es que

escamotean procesos sociales y culturales mucho más complejos,

en los que las diferencias entre mujeres y hombres no son ni aparentes ni

tajantes. En ello ... reside su poder y relevancia” (Conway et al, 1999).

Parafraseando a Stimpson (1999), no se puede seguir pensando al mundo

como un juego de dualidades, sino que tiene que repensarse como una

multiplicidad de identidades y de grupos heterogéneos, “como una

 

deslumbrante muestra de complejidades individuales, de otros y otredades”.

Solamente una percepción así podrá organizar la política que necesita el

inicio del siglo XXI: una política que acepte las diferencias y rechace las

dominaciones.

En La dominación masculina Pierre Bourdieu explicó que las diferencias

anatómicas entre los sexos se van a constituir en el “fundamento y garantía

de apariencia natural de la visión social que la funda”, la “fuerza natural”

de la dominación masculina radica en este principio de causalidad circular

establecido a través de su reproducción milenaria. El juego de diferencias y

antagonismos entre masculino y femenino está incluido en un sistema de

oposiciones que sacan a la luz las estructuras cognitivas de la

“cultura mediterránea”.

Sloam y Reyes Jirón (2003) opinan que “independientemente de que la

masculinidad esté determinada históricamente y de que la retención del

poder no sea el único elemento que la define, en este momento

histórico y en este hemisferio, la masculinidad se define como una

identidad que se desarrolla a partir de la dominación de otras personas

con menos poder”. Además piensan que la tradicional socialización de

los varones al interior de la familia tiene un papel central en la

reproducción del poder masculino, empezando con la necesidad que

siente el niño de separarse de la madre para sentirse "hombre".

Los comportamientos “invisibles” de violencia y de dominación que los

varones reproducen de manera permanente en la vida cotidiana, se

denominan “micromachismos” y constituyen “la cotidianeidad de la existencia”.

Se pueden explicar “por la necesidad de los varones de sostener y mantener

la supremacía androcrática, o masculina. Cualquier crítica a este modo de ser,

es sentido como un ataque personal, en la vivencia de integridad del varón que

se sostiene en los estandartes de la masculinidad de la misma cultura en la

que estamos insertados. Los "micromachismos" se observan en la reciedumbre

del varón que lo confirmaría supuestamente en el lugar del macho, la debilidad

es vivida como algo negativo para los hombres”; también están presentes en

“el ejercicio de la fuerza, en la imposición de la voluntad por el manejo y el

control del poder, en el prejuicio hacia la mujer, en el cotidiano y permanente

manejo del poder, se observa en que los hombres no lloran, en como intentan

imponer sus razones por el ejercicio de la violencia ...” (Kurcbard, 2000)

En un reportaje publicado en la revista PrimeraLinea el 14 de noviembre de

2002, que se denomina Nueva masculinidad: el fin del hombre proveedor,

Ana Amuchástegui (UAM-Xochimilco, México), quien investigó sobre la

emergencia de los nuevos tipos de masculinidades, señala que las condiciones

creadas por la globalización neoliberal en Latinoamérica han puesto en cuestión,

paradójicamente, el rol de proveedor, una de las formas que el patriarcado ha

modelado a los varones durante siglos. El sistema capitalista considera que

es el varón quien tiene que recibir el salario, definiéndolo en consecuencia como

agresivo, fuerte y superior; a las mujeres se les asigna el trabajo doméstico que

brinda su servicio a la familia, siendo su definición como débiles, pasivas e

inferiores.

El desempleo, la creciente pobreza y la incorporación masiva de las mujeres

al mundo del trabajo como consecuencia de las políticas económicas neoliberales,

han ido fracturando ese clásico papel masculino. Estas pérdidas de poder y de

privilegios patriarcales no han sido ni suponen procesos fácilmente asimilables

por los hombres. Por ello, Amuchástegui piensa que es necesario deconstruir

lo que significa funcionar con la lógica del proveedor asociada al ingreso económico

y al trabajo capitalista y demostrar que el cuidado de los hijos e hijas es

también satisfactorio. Agrega que “masculinidad” no es igual a hombre y que

existen diversos tipos de manifestarlo.

A los estudios feministas les ha interesado particularmente indagar sobre el cuerpo

y la sexualidad. Lavrín (1998) señala que, si bien hace varios años que se investiga

sobre problemas vinculados a la sexualidad y a las políticas estatales con relación

a ella, estos resultados no han tenido la necesaria discusión intelectual. Según

Stimpson (1999) los estudios sobre las mujeres tienen una agenda de

investigación a cumplir, que relacione la teoría con la práctica, y que es la de

incluir entre sus preocupaciones los estudios sobre el cuerpo y las diversas

formas que asume la sexualidad humana. “... la sexualidad es una

constelación de prácticas, deseos y fantasías que las sociedades

occidentales han significado y, por lo tanto, han representado

socialmente de manera diferente a través de la historia” (Medina, 2000).

En la Historia de la Sexualidad, Foucault planteó que los seres humanos

no siempre vivimos, comprendidos y asumimos la sexualidad como

lo hacemos actualmente, y no tuvo siempre la posibilidad de caracterizar y

construir una identidad con tal poder como ahora; en la actualidad hablar

de sexualidad sirve para nombrar tanto a las actividades sexuales como a una

especie de núcleo psíquico que da sentido o significado a la identidad de cada

persona.

La propuesta de Butler sobre la performatividad del género y la emergencia

de la teoría queer van a poner en cuestión la distinción clásica entre sexo

y género planteando “una contestación integral de la categoría de sujeto de la

modernidad”. Esta relación es definida como performativa y normalizada

de acuerdo a reglas heterosexuales; de modo que la comprensión de la

concepción de la identidad de género como el resultado de la “repetición de

invocaciones performativas de la ley heteresexual” parte de la redefinición de

la noción de género en términos de performatividad. Así, la identidad de género

no sería algo sustancial, sino el efecto performativo de una invocación de

una serie de convenciones de feminidad y masculinidad. Para Butler el género

“es el efecto de formaciones específicas de poder, de instituciones, prácticas

y discursos que establecen y regulan su forma y significado”. Butler

reconoce al falogocentrismo y a la heterosexualidad obligatoria como los sitios

discursivos que producen género (Hawkesworth, 1999)

Rich (1999) realizó un profundo análisis de la heterosexualidad obligatoria

como categoría clave. La ley del derecho sexual masculino sobre las mujeres

se origina en la mística del irresistible impulso sexual de los varones que

justifica, por un lado, la prostitución como un presupuesto cultural universal,

a la vez que defiende la esclavitud sexual dentro de la familia sobre la

base de la “privacidad y la singularidad cultural de la familia”. Advierte que no

considerar la heterosexualidad como una institución es como no admitir que

el sistema capitalista o el sistema de castas del racismo están mantenidos

por una variedad de fuerzas, incluidas la violencia física y la falsa conciencia.

Para Yuderkis Espinosa (2003), el movimiento queer tuvo un importante

impulso pero, paradójicamente, “lo que prometía ser un deseo de hacer posible

una vida y un movimiento más inclusivo ha coincidido sin embargo con un retroceso

real en la visibilidad lésbica y en la figura de la lesbiana como una figura

trascendente y eficaz de oposición al sistema de género”. La invisibilidad

alrededor del lesbianismo opera en la sociedad, en los medios de comunicación

y en el campo de la investigación pues no existe aún una gran producción sobre

la realidad lésbica realizada desde una perspectiva lesbiana.

En la actualidad las preguntas más urgentes y sugerentes que proponen trabajar

con los conceptos de género y de diferencia sexual, se relacionan con

cuestiones vinculadas a la identidad sexual, pues no basta analizar sólo la

dominación masculina; “ahora es preciso reflexionar sobre la dominación

heterosexista, de las personas heterosexuales sobre las personas homosexuales

que no asumen los habitus correspondientes a la prescripción de género en

materia de sexualidad y afectividad. Y aunque distintas culturas distinguen más

allá de los dos cuerpos obvios (los intersexos y diversos grados de

hermafroditismo), hay gran resistencia a reconocer esa variación en

materia de subjetividades y deseos sexuales” (Lamas, 2000). Belluci y Rapasardi

señalan que “sobre el espacio institucional y simbólico abierto por el

movimiento de mujeres, desembarcaron otras organizaciones políticas y

sociales: la “playa” cultural conquistada por el feminismo fue tomada por gays

y lesbianas como modelo y punto de partida a fines de los años ´60”; efectivamente

desde mediados del siglo XX, los movimientos sociales y las organizaciones

LGBT llevan adelante su lucha por el reconocimiento de los derechos

humanos de las personas lesbianas, gays, bisexuales y trans.

 

Finalmente podemos decir que el feminismo se encuentra en debate desde

hace ya algunos años; diversas causas motivan estas discusiones, pero sin duda,

el tema de la violencia como problema estructural, su persistencia a pesar de la

producción creciente de las legislaciones, lleva a interrogarse a muchas feministas

acerca del papel de aquellas que se han institucionalizado a través de organismos

dentro del estado.

También estamos siendo testigos de la reaparición de un discurso desde

na nueva derecha supuestamente igualitarista pero que intenta recuperar la

“mística de la femineidad” y que cuestiona a las mujeres de querer lograr beneficios

extras. Frente a esta realidad, sectores feministas que reactualizan la

autonomía cuestionan al feminismo reivindicacionista y proponen salirse

de la lógica masculinista para crear una nueva humanidad.